El Valle de Alcudia y Sierra Madrona forman parte de un bellísimo territorio ignorado, una tierra de nadie entre Castilla-La Mancha y Andalucía, que de tan poco frecuentada ha logrado conservar parajes y hasta mensajes cifrados muy expresivos de nuestros antepasados de hace unos 5.000 años.
Comenzamos la ruta por Almódovar del Campo. Se trata de una extensa población que cuenta con una modernista plaza Mayor, de aires neoclásicos, a la que da frente su primitivo templo. Visita obligada es su encina de las Mil Ovejas, tal vez el mayor ejemplar de toda España.
Luego, dejando a un lado el nudo ferroviaro de Brazatortas, la carretera atraviesa de norte a sur el Valle de Alcudia, siendo el puerto de Pulidop el mejor observatorio del centro del valle.
Más adelante, en la cima del puerto de Niefla, se contempla un interesante panorama con los encinares y pastizales de Alcuda al norte y el horizonte serrano donde destacan las abruptas crestas de la sierra de Madrona al sur. Al llegar al valle que forma el río Montoro las dehesas de quejigos dan dorma l paisaje vegetal, continuadas por bosques de pinos y reductos de corpulentos robles.
Poco antes de llegar a la localidad de Fuencaliente, un desvío señalizado permite descubrir tres interesantes reductos. En primer lugar, hay que acercarse a la zona de Las Lastras, un rincón regado por las aguas del río Cereceda con un atractivo bosque de alisas.
Luego, se debe ir a la cueva de Peña Escrita, abrigo rocoso que aloja unas valiosas pinturas rupestres esquemáticas del segundo o tercer milenio. A otro abrigo rocoso, el de la cueva de Batanera, que aloja pinturas en peor estado, se llega por un mal camino señalizado, pero cuya visita resulta obligada por estar situado en el bello paraje de las Chorreras de los Batanes.
Asimismo, hay que visitar Fuencaliente, una pintoresca localidad serrana que marca el límite meridional de las tierras castellano-manchegas con los campos pertenecientes la Sierra Morena andaluza.
Foto vía Vinogusto