Enclavada en la corazón del poniente granadino, Loja, ciudad de origen antiquísimo, fue llamada «la flor entre espinas» por Isabel la Católica, refiriéndose a las excelencias de que goza esta tierra rodeada de escarpadas montañas. Es guardiana de las riquezas de la vega del Genil, de las campiñas moteadas de olivos y de las serranías que la circundan.
De ella se desprende un auténtico estilo andalusí en el que no falta un rico patrimonio histórico-artístico y unos alrededores grandiosos de naturaleza, además fue cuna de ilustres hijos como Ibn-al-Jatib, gran político y escritor del medievo, y Narváez, ministro de Isabel II.
Visitar Loja es pasear por las estrechas calles árabes del barrio de la alcazaba, detenerse ante iglesias de gran monumentalidad y disfrutar de su deliciosa repostería.
Accediendo a la población por la calle Rafael Pérez del Alamo, encontramos en la plaza de San Gabriel la iglesia del mismo nombre, uno de los monumentos más importantes de la villa. Desde aquí podemos subir hasta la plaza del Mercado, donde se sitúan el pósito y la antigua puerta de Jauffin.
Ya en la plaza de la Constitución podemos admirar la fuente de los cuatro caños, la biblioteca municipal y la estatuta del General Narváez. Esta plaza entronca con el barrio árbe, coronado por la alcazaba, de origen musulmán.
También merece la pena acercarse al mirador arqueológico de la alcazaba desde el que se contempla una bonita perspectiva del lado norte de la ciudad. Aquí se sitúa también el caserón de los Alcaides Cristianos, importante edificio de la época de la reconquista.
El barrio que se extiende a los pies de la alcazaba es idóneo para el paseo tranquilo. Evocadoras calles como Boadbil o Jaufín hacen enormemente grato el paseo por el viejo barrio.
Por último, la visita a Loja se puede contemplar con la bella fuente de los 25 caños, la iglesia Mayor de la Encarnación, el palacio de Narváez, el convento de Santa Clara y el desfiladero de Los Infiernos.
Foto vía Cristo de San Agustín