Guardo aún como oro en paño la imagen de mi primer verano de la infancia en San Sebastián. Habíamos ido de viaje de fin de curso. La inocencia de aquellos años aún no me permitía saborear ni disfrutar con todo lujo de detalles los pormenores de una ciudad hermosa, elegante. Mi habitación daba a un pequeño resquicio de la Bahía de la Concha. Aquellos atardeceres…
Al cabo de los años volví con el sabor de la brisa en los labios. El mismo hotel, no sé si la misma habitación, pero curiosamente las mismas vistas. El Monte Igeldo al fondo y la afrutada embestida del mar sobre el Peine de los Vientos. La Playa de Ondarreta recorre el estrecho margen de la mirada, como agazapada en el regazo de las cortinas blancas de la habitación. El mar entraba a golpes de sonámbulo por la ventana.
Hay quien desde el Peine de los Vientos prefiere tomar el funicular que sube hasta el Monte Igeldo. Allá arriba, desde el entramado del pequeño parque de atracciones, se disfruta de una panorámica que cortaría en rodajas el aliento a cualquiera.
La Playa de la Concha nace en todo su esplendor a vuestros pies. Y la Miraconcha, y la Perla del Océano, y hasta el Hotel de Londres e Inglaterra, elegante, delicado, decimonónico. Los jardines le dan un aspecto de aire fresco, una paletada de color que desemboca en la Plaza de Cervantes, acariciada levemente por el Parque de Alderdi Eder.
No hay nada como pasear a la caída de la tarde por la Bahía de la Concha. Desde el Paseo Nuevo, a los pies del Monte Urgull, atravesando el pequeño puerto pesquero, sabor a brisa y a sal, recorriendo en sí el Paseo de la Concha, del que puedo asegurar que beben los vientos, con la vista puesta en edificios de carácter señorial, como el Palacio Real de Miramar.
Dicen que bajo las aguas de esta bahía se esconden viejos tesoros, barcos hundidos en los últimos 500 años. Me resulta curioso que a lo que le llamen tesoros es a lo que está en el fondo del mar, y a lo que cada día se sumerge en los ojos de cualquier paseante lo sigan llamando simplemente Bahía de la Concha.
Sentaros plácidamente en el mirador del Monte Igeldo, y haceros a la idea de que todo lo que se ve allá abajo es realmente el tesoro de la Concha. No hay nada más hermoso.
Foto Vía Objetivo Guipuzkoa Diario Vasco